Carlos I de España y
Emperador del Sacro Imperio Germánico había muerto en 1558, dejando a un joven
Felipe II un país totalmente endeudado; en la entrada anterior vimos que los
objetivos de Felipe por sanear la economía no se cumplieron y, durante su
reinado y el de sus sucesores, España se declaró varias veces en quiebra.
Bien es cierto que su
padre había sangrado a Castilla para mantener su política exterior europea, y
no es menos cierto tampoco que las ínfulas de Carlos por ser coronado Emperador
fueron el pistoletazo de salida a un endeudamiento que una vez comenzado nadie
fue capaz de parar a pesar de todas las innovaciones desarrolladas.
Irónicamente estos años
de pobreza coincidieron con el siglo dorado de las importaciones de metal noble
desde el Nuevo Mundo; numerosos convoyes de gigantescos galeones eran cargados
hasta arriba de oro y plata con destino a Sevilla. Y sin embargo no existía
persona en el reino que pudiera ser llamada rica, todo el arte del Siglo de Oro
español se podría resumir en una mejor expresión: “El Siglo de la Picaresca”.
Lazarillo de Tormes, Goya |
Buscones y pícaros,
ciegos y tullidos, mendigos, pordioseros e hijosdalgo, desde las Vascongadas a
Granada, desde Aragón a la Extrema y Dura, toda España estaba poblada de gente
ingeniosa y de mal vivir, en donde la sangre era lo único importante y la mayor
afrenta se hacía contra el honor. Fue en esta España donde las ratas eran
compañeras de penurias y en la que una gastada moneda de vellón era culpable de
grescas y duelos desesperados. ¿Dónde estaba el oro de Nueva España? ¿Do se
guardaba la plata que se extraía en Perú?
“Cuanto más [oro] llega, menos tiene el reino [...]. Aunque nuestros reinos deberían ser los más ricos del mundo [...] son los más pobres, porque sirven sólo como puente para que [el oro y la plata] vayan a los reinos de nuestros enemigos.”
Efectivamente, todos los
metales preciosos que llegaban a puerto y se contaban por toneladas se
embarcaban rumbo a Europa y Asia, España había tenido la suerte de encontrarse filones
inagotables en América y las penurias pasadas por conseguir mantener un tráfico
de metales nobles desde la caída del Imperio Romano durante toda la Edad Media fueron
prontamente olvidadas. España era una nueva rica que todo lo importaba; paños
holandeses, vinos italianos, cristal de bohemia, herramientas, armaduras y
baratijas. En Sevilla descargaban una mercancía que dejaba las bodegas listas
para volver a ser cargadas de los lingotes llegados de América.
Un observador español, Pedro de Valencia, escribió en 1608: “Tanta plata y tanto dinero [...] han sido siempre un veneno fatal […]. Creen que las mantendrá el dinero y no es cierto; lo que proporciona sustento son los campos arados, los pastos y las pesquerías.” Otro se quejaba: “La agricultura abandonó el arado y se vistió de seda, ablandando sus manos encallecidas. Los oficios adquirieron aire de nobleza y se lucieron por las calles.”
Cierto es, la
productividad de la industria española disminuyó, mejor dicho, el trabajo en
España desapareció. En un proceso de retroalimentación inflacionaria los
precios de los productos españoles eran incapaces de competir contra el de las
importaciones; la vida se encareció, la mayoría de artesanos tuvieron que
abandonar sus oficios y España siguió importando todo cuánto necesitaba mientras
la deuda seguía disparándose al recaudarse menos impuestos.
Real de a 8 Columnario de Carlos III, ceca Santiago |
España se hizo
exportadora de reales de plata, sus columnarios eran universalmente aceptados pues todo el mundo cobraba
sus deudas con el país en argénteo metal. Florencia, Venecia, Amberes, Londres,
Tallin, Helsinki, toda Europa se abastecía de los cargamentos que llegaban a
Sevilla mientras que España no tenía una moneda que pudiera llamar propia y que
a nadie se la debiera. Pero España suministraba aún más allá de los Urales;
hasta la lejana China llegaban los reales españoles: a bordo del Galeón de
Manila en su ruta por el Pacífico, desde otros puertos europeos o por la
antigua Ruta de la Seda.
Los chinos tenían un
sistema monetario muy peculiar. Jamás acuñaban monedas de oro o plata. Todas
las transacciones se realizaban en sencillas monedas de bronce, y sólo se
recurría a los metales preciosos alingotados para librar grandes deudas o para
el comercio internacional. Así, si un comerciante chino compraba algo en
Indochina, pagaba cortando un pedazo de un lingote de plata que pesaba para
entregárselo al vendedor. Cuando los reales llegaron a sus manos se desató una
revolución: los chinos se volvían locos por ellos; pero no para usarlos como
moneda, sino para fundirlos y hacer lingotes. El monarca español era llamado
"el rey de la plata".
Tal era la pasión
oriental por los reales, que un mercader portugués llegó a decir en 1621: "La plata va peregrinando por todo el
mundo para acabar finalmente en la China, y allí se queda como si fuera su
lugar natural". Y era cierto: China fue durante siglos un sumidero de
metales preciosos: lo que en ella entraba jamás salía. Los chinos importaban
poco y exportaban mucho. Y mientras España vivía en la ruina, España era Las
Indias de Europa, Las Indias de todo el mundo civilizado.
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